La salud representa un estado de bienestar resultante del funcionamiento normal del organismo.
La vida, como tendencia, suma sus esfuerzos con el fin de mantener esa actividad que se desarrolla en sentido evolutivo. El funcionamiento de los órganos hacia el estado de salud es inconsciente, y así debe de ser, pues si cada órgano al funcionar impresionara al cerebro, la multiplicidad de sensaciones sería insoportable. El funcionamiento de un órgano se hace consciente cuando dicho órgano funciona anormalmente por estar alterado por él mismo o los órganos contigüos.
La salud es un estado de equilibrio de los diversos elementos que constituyen el conjunto humano. En este equilibrio no puede haber más o menos material orgánico, ni exceso ni defecto en el funcionamiento, sino la integridad somática en la que debe desarrollarse la función normal. Todos estos actos instintivos de la naturaleza, y que no dependen de la inteligencia que determina ni de la voluntad que ejecuta, se efectúan con el menor esfuerzo, con el máximo de efecto y sin deficiencias.
La máquina humana, sujeta a la ley de la menor acción, con sus movimientos instintivos moldeados por la forma de vida, realiza sus operaciones con toda perfección y sin las vacilaciones de los actos intelectuales. El trabajo de millones de células tiende a un solo fin, vivir para sí y para los demás.
El don inapreciable de la salud, es la base de toda la felicidad. De nada sirven las riquezas, los orgullos, la ciencia, sin la salud que sirve de fondo a la satisfacción de la materia y el espíritu.
Cada una de las partes del organismo, sin excepción, contribuye al equilibrio que resume la vida en acto, evolucionando en el ciclo de su existencia.
Para que el equilibrio de la vitalidad se mantenga en este estado se necesita de la integridad orgánica, de la adaptación funcional, de una sensibilidad perfecta, de una psicología normal y de elementos renovadores para continuar la evolución. Estas condiciones constituyen el bienestar de la vida y la felicidad del espíritu.
El equilibrio que constituye la salud tiende a ser inestable ; la inmovilidad sólo se concibe en la materia muerta; la vida como evolución está sujeta a toda una serie de vicisitudes y conflictos de un trabajo incesante cuyo producto es la vida en acto. Para lograr sus funciones normales, esta máquina necesita estar exenta de polvos, humedades, barreras, etc., y además, para que pueda funcionar debidamente, necesita de lubricantes, reparaciones, reposo, atención, afecto, amor, entre otras condiciones vitales, y muy especialmente de actividad para no enmohecerse ni destruirse.
Hablar de la salud les parecerá muy extraño, estamos actualmente inmersos en el mundo de la enfermedad, de los desequilibrios llevados a grados extremos que se traducen en padecimientos incurables, no solo en nuestro cuerpo físico, sino también en nuestras dimensiones mental, psíquica y espiritual.
Un enorme vacío, una gran incógnita, una gran desolación nos va rodeando, cercando, cegando, al sentir que la salud nos abandona; sin embargo, poco nos preocupamos, poco nos ocupamos de ella.
Para devolver la salud perdida, la ciencia debe aprovechar los mismos recursos de que se vale el organismo para mantenerse. Medios y remedios deben de salir de la misma Naturaleza, perfeccionados por la inteligencia, para que sean más eficaces. La ayuda que se debe prestar al organismo enfermo no es para vencer la enfermedad, sino para multiplicar los esfuerzos de la organización con el fin de conservar la vida.
Es nuestro interés trabajar por la salud, orientar hacia la salud, estudiar a la Naturaleza para poner el organismo en un medio apropiado para conservar la salud o para restablecerla; esto es, trabajar por una higiene integral que nos ayude en el proceso continuo de la evolución.
Ayudar a la naturaleza con una maniobra física, química, energética, mental, o nutricional… ese es nuestro interés. |